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jueves, 2 de agosto de 2012

ROMERIA EN SILLA DE RUEDAS


A mis 31 años y con por lo menos 15 romerías a cuestas jamás pensé que la de este año tuviera un impacto tan positivo en mi experiencia de caminar hacia Cartago. Nunca he sido una persona devota, de hecho me considero católico por herencia y no por convicción, no comulgo con casi nada que tenga que ver con religiones.

Sin embargo, la romería para mí siempre ha sido algo más que una experiencia religiosa, es en una tradición que practico con diferentes grupos. He caminado junto a mis amigos de la adolescencia, primos evangélicos, extranjeros, familiares que rezaban el rosario, amigos con calzado no apto para la caminada, otros con ataques de asma, “arratonamientos”, hambre, sueño y etc, etc… las consecuencias son tan variadas como los motivos por los que casi la mitad de la población del país acude a la vieja capital todos los años.
Por eso este año, cuando mi madre me llamó para invitarme a hacerla con un grupo de personas con discapacidad no dudé en decirle que sí. En cuanto acepté el compromiso me indicó: salimos de Tres Ríos, a las 9 am.

El vínculo con este grupo se dio por medio de Mari, una amiga de la familia que tiene una discapacidad en sus piernas a causa del polio que padeció de niña. Aún así, Mari camina con unos “aparatos” que le permiten desempeñar casi cualquier tarea, obviamente estas tareas no incluyen una romería, por lo que el primer paso del sábado fue recoger a Mari y su silla de ruedas. Una vez acomodados en el carro, Mari nos confesó: “Estoy tan emocionada”, mientras se tocaba cerquita del corazón, y con solo eso sentí que la faena valía la pena.

Nos reunimos con el resto del grupo en el parque de Tres Ríos, bajo el techo de un local comercial que medio nos protegía de la lluvia (la cual nos acompaño durante TODO el trayecto con diferente intensidad pero igual constancia). Nos recibieron con “sanguchitos”, jugos y capas plásticas para la lluvia y mientras esperábamos que el grupo se completara se les fue colocando a las sillas de rueda unas banderitas blancas con palos altos de bambú para identificarlos del resto de romeros (a pesar de no ser el día oficial de romería, eran bastantes los que caminaban ese sábado hacia Cartago).

Les pregunté a los líderes (una familia que ha organizado a este grupo los últimos 8 años) cuáles eran las indicaciones para los que los acompañábamos por primera vez; nos explicaron que cada romero con discapacidad debía ir con, por lo menos, cuatro personas: uno empujando la silla, dos a cada lado sosteniendo un mecate que se atraviesa por debajo de la silla y uno de respaldo y relevo.

No sé decirles cuánta gente era en total, podíamos ser unas 60 personas. Salimos juntos y el plan era llegar de la misma forma. Yo acompañé a José Ángel, un señor de 42 años que toda su vida ha estado en silla de ruedas; por su enfermedad tampoco podía usar sus manos, por lo que constantemente le solicitaba a su tío Orlando (de 70 años) que lo acomodara en la silla porque se estaba resbalando. Este par me regaló una de las caminatas más divertidas de mi vida, entre ellos pasaban bromeando y reían con  las diferentes situaciones del camino, nunca se quejaron, nunca pidieron detenerse ni buscar ir a un baño; creo que hasta la lluvia iban disfrutando, lo único que don Orlando me dijo que me hizo terminar de apreciarlo más fue: “aquí lo que hace falta es un par de “whisquitos” ¿verdad?”.

Del camino puede haber muchas anécdotas: gente que no te da campo, a pesar de que la cuesta de Ochomogo logra que la silla tome una velocidad muy por encima de lo normal; señoras que se molestan porque no quedó otra que empujarla un poco ya que al parecer las palabras “CON PERMISO” dejaron de significar algo para ellas; personas en grupo que ven con lástima a las personas con discapacidad, o bien, los ven como si fueran una exhibición urbana de objetos nunca antes vistos.

Y  yo pensaba que ya no éramos esa sociedad, pensé que algo habíamos avanzado, pero no, las personas con discapacidad  siguen siendo  una incomodidad para el resto, siguen siendo los que no deberían salir de la casa, una realidad que preferimos ignorar. Porque hasta yo por momentos olvidaba que en la silla de ruedas iba una persona, que sentía igual que yo el cansancio del camino. Jamás imaginé que ir sentado cansara tanto, porque claro, cuando yo me harto de estar sentado me levanto y estiro mis piernas, cuando tengo un calambre puedo tocar mis pies con mis manos, porque cuando quiero cambio de posición y acomodo el asiento a mi antojo. Porque yo puedo, ellos no.

Hasta que caminé junto a ellos me di cuenta de que las calles y aceras de mi país no están diseñados para esta comunidad, son más una trampa mortal que una vía de paso, por más rampas mal diseñadas en cada esquina, nadie se imagina lo que es tener que atravesar una calle inundada sobre dos ruedas, ellos sencillamente no lo pueden hacer solos, y que las municipalidades no puedan garantizar un libre tránsito no es justo para ellos o sus familiares.

Llegamos a la Basílica casi a las 2 de la tarde. Empapados de pies a cabeza dejamos que José Ángel y su tío fueran a saludar a La Negrita, para luego reunirnos en un salón donde tenían listo un almuerzo para el grupo entero. Con el café y el tamal mi familia y yo nos despedimos de nuestros nuevos amigos para regresar a San José.

Un amigo me preguntó en son de broma (nada gracioso) cual era el chiste de hacer la romería si ellos van en una silla de ruedas… ¿Cuál era el sacrificio? La respuesta no la conozco, tampoco debería importarme, solo sé que mi sacrificio o el esfuerzo mínimo que hice para acompañarlos no se puede comparar a lo que ellos viven el resto de sus días, cuando vuelven a su vida de limitaciones y miradas extrañas, y por costumbre caen en esta sociedad que les dio el papel de estorbos, cuando en realidad somos nosotros los discapacitados que no logramos ver ni sentir todo lo que ellos le pueden aportar a nuestras vidas.

Colaborador: Erick Corea Porras.

Tengo el honor de presentarles a un colaborador muy importante y especial, un hermano que me regalo la vida, Erick más conocido como "Core" es un diseñador de profesión y un gran soporte para los malos momentos de sus amigos todos confiamos en el nuestras desdichas,     su experiencia lo define como el amigo ideal para tener esas conversaciones que uno siempre ocupa.

Hoy  nos relata hoy su hermosa y satisfactoria experiencia con estas maravillosas personas llenas de voluntad y fuerza que nos demuestran muchas veces como anteriormente lo he dicho que la única discapacidad que tenemos las personas es el no querer hacer las cosas muchas veces ideas que viven en nuestras mentes. 
Twitter: @core16
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1 comentario:

Unknown dijo...

Hola, trabajo en radio Fides 93.1 FM y necesito contactar a personas con discapacidad que se organizan para hacer la romería...Es posible? nviquez@radiofides.co.cr